Kafka on the beach
“Insecto” (me alejé para leer, no tenía los anteojos) decía la pantalla del teléfono celular, el recuadro de diálogo de whatsapp de un remitente desconocido; para cambiar de tema le pregunté si había leído a Kafka en alemán, y su negativa me desconcertó: ¿de saber alemán, no sería una de las primeras cosas que haría, leerlo, así como leer en el original a Joyce había sido una de las primeras cosas que intenté una vez...?
‒No
es una cucaracha, eso puedo decirte.
‒Es un escarabajo, eso dice Nabokov en sus
clases, donde incluso lo dibuja.
‒No. En alemán dice parásito, Ungeziefer, así
como no es una “metamorfosis” si no una transformación.
Dudé, ¿pero cuánto alemán sabía yo? En Las metamorfosis de Ovidio los cambios sellaban
también un destino, pero nadie (bueno, casi nadie, estaba Aracné, pero no había
llegado al Libro VI) se convertía en insecto: Dafne en laurel, Eco en piedra,
Júpiter en lo que sea que lo acercara a las ninfas. Pero siempre había un
motivo, alguna disputa, y en cambio en La
metamorfosis, ¿qué dios había dispuesto que Gregor Samsa se despertara
convertido en insecto después de una noche inquieta?
Es gracioso que Kafka en su diario anote que
el relato no lo convencía, pero en la esquela que deja a Max Brod con las
instrucciones sobre qué destruir en el fuego y qué no llegado el día de su
muerte, que este incumplió, lo incluye entre las cosas a salvar.
Una vez (estaba aburrido) le pedí a uno de
esos sistemas de “inteligencia artificial” a la moda que escribiera un relato a
la manera de Kafka. El resultado fue un pastiche no del todo malo que tenía un
particular sesgo: tenía un final feliz (alguien despertábase insecto y humanoide,
atravesaba algunas peripecias domésticas, y al salir de su casa, se daba cuenta
de que el mundo se había convertido en un lugar habitado por grandes insectos
donde él era solo uno más y podía volver a perderse en la multitud). Pero
Gregor no logra salir de su casa, por no mencionar ahora su final. Antes era el
sostén de su familia y luego se ve reducido a esconderse de todos. Su primera
preocupación, al despertar y ver una multitud de patitas donde deberían estar
sus brazos es ¡que va a llegar tarde al trabajo!
Ese misterioso sistema automático alimentado
por la chatarra verbal que producen los humanos desoyó ese singular fragmento
de las conversaciones kafkianas que tantos críticos citan intentando entender a
quien, según Harold Bloom, es el más evasivo de los autores: “Recuerdo ‒cuenta Max Brod‒ una conversación
con Kafka, cuyo punto de partida era la Europa actual y la decadencia de la
humanidad. ‘Somos ‒dijo‒ pensamientos nihilistas, pensamientos de suicidio que
afloran en la mente de Dios’. Esto en principio me hizo pensar en la visión del
mundo de la gnosis: Dios como demiurgo maligno y el mundo como su pecado
original. ‘Oh no ‒dijo‒, nuestro mundo es sólo un malhumor de Dios, un mal
día.’ ‘¿Habría entonces esperanza fuera de esta manifestación de este mundo que
conocemos?’ Sonrió. ‘Sin duda, mucha esperanza, infinita esperanza, pero no
para nosotros.’ ”
Cuando me pregunto cómo lograr convencer a
alguien de que lea a Kafka, me desentiendo, intuyendo que los lectores llegarán
a su obra más allá de mi mediación. Ese mundo que también componen “El artista
del hambre” y “El artista del trapecio”, incluidos en este volumen; tres
novelas, la carta al padre, las cartas a amigos y novias, los diarios, los
aforismos, y sé qué existen ediciones de sus dibujos y hasta (¡caramba!) de su
trabajo como abogado en la oficina.
Pero el mejor acceso a su obra siguen siendo
los cuentos. Y es un autor que, leído en distintas etapas de la vida, siempre
tiene algo distintos para decirnos. Tiene muchos intérpretes y exégetas, pero, como
dice George Steiner, “gran parte de la vasta literatura crítica sobre Kafka es
pura charlatanería ilustrada”.
Por Leonel Livchits, colaborador y amigo de La Liebre Dorada Libros.
LA METAMORFOSIS
De Franz Kafka
Editorial Alianza
€3
Puedes adquirir tu ejemplar escribiendo a
liebredoradalibros@gmail.com




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