La nieve cae sobre los muertos y sobre los vivos

 A la edad de veinte años, John Huston ya era, si creemos en sus memorias, actor, boxeador y artista plástico. Tras fracasar como periodista, escribió guiones para Hollywood, hasta que en 1941 dirigió su primer film, El halcón maltés. Adaptación de la novela de Dashiell Hammet, con Humphrey Bogart en el papel del detective Sam Spade, inaugura el “cine negro”, género poblado de mafiosos, atracos y femmes fatales al que Huston aportará otro clásico aún más oscuro: Mientras la ciudad duerme (1950).

 


Huston dirigió numerosas adaptaciones literarias: trabaja con Truman Capote, Ray Bradbury, Arthur Miller y Jean-Paul Sartre como guionistas; con Bogart, Marilyn Monroe o Clark Gable como actores; hace versiones de novelas que podrían considerarse directamente “infilmables”, como Moby Dick de Herman Melville, o Bajo el volcán de Malcolm Lowry, y hasta tiene el tupé de llevar al cine La Biblia, reservándose el papel de Noé. Entre sus películas más recordadas están El tesoro de Sierra Madre (1948), Los inadaptados (1961) y Desde ahora y para siempre (1987).

El título en inglés de esta última es The Dead (Los muertos) y está basada en el cuento homónimo de James Joyce publicado en la colección Dublineses de 1914. La admiración de John Huston por James Joyce está registrada en un pasaje de sus memorias: “Durante esa época mi madre fue a Europa y, a la vuelta, pasó de contrabando una copia de Ulysses de Joyce, el cual estaba prohibido en los Estados Unidos. Dorothy [su esposa] me leía en voz alta mientras yo pintaba. Probablemente fue la experiencia más grande que ningún otro libro me haya dado nunca. Las puertas se abrieron”.

 


Dublineses, donde se incluye “Los muertos” precede al Ulysses en ocho años. Como Ulysses, fue analizado desde todos los ángulos imaginables y es admirado por los escritores más disímiles, por su virtuosismo técnico, su cualidad evocativa, su sensibilidad particular. Parte del proyecto joyceano de “denunciar el alma de esa hemiplejía o parálisis que algunos llaman ciudad” (Letters, 55) exhibe, sin progresión dramática alguna, una fiesta de fin de año anodina, singular y parecida a todas las fiestas, y la revelación, por parte de Gabriel Conroy, de que su matrimonio es una apariencia basada en la incomunicación. Este reconocimiento le llega después de que su mujer, tras escuchar una canción que la lleva a evocar su pasado, le cuenta la historia de un novio adolescente que murió por ella a los 17 años, con una pasión ausente en su rol de esposo maduro algo frío: “El aire del cuarto le helaba la espalda. Se estiró con cuidado bajo las sábanas y se echó al lado de su esposa. Uno a uno se iban convirtiendo ambos en sombras. Mejor pasar audaz al otro mundo en el apogeo de una pasión que marchitarse consumido funestamente por la vida”, tradujo Cabrera Infante.

 

La versión de Huston es sumamente fiel al cuento, al que no quita casi nada, y al que agrega muy pocos elementos. Sin embargo, el tono es completamente distinto. La transitoriedad de la vida que traiciona todo festejo, celebrada con bailes, canciones, recitados, brindis (los entretenimientos propios de una época en la que no existían todavía la radio ni la televisión, por no mencionar lo que vino después) en el film adquieren una materialidad asombrosa, conmovedora. Las numerosas descripciones de los rostros en el cuento, precisas, adquieren sus arrugas o su tersura concretas. El eje que el cuento pone en la incomodidad de Gabriel, profesor y ensayista menor, entre sus tías solteronas ancianas y la madre de un borracho, forzado a repetir el ritual al que asiste año tras año mientras su juventud va perdiéndose, se desplaza hacia la alegría de cada momento pasajero, en el instante de producirse, antes de desaparecer. La política y la religión, particularmente conflictivas en Irlanda, aparecen constantemente aludidas de forma sutil. Las referencias a los sentimientos construyen una suerte de tratado fragmentario sobre el amor, a la manera de Cassavetes, pero sin su desesperación; acá los borrachos son graciosos y las costumbres, todavía victorianas.

The Dead fue el último film de Huston, dirigido desde una silla de ruedas, evocación e invención de una Irlanda en la que vivió. La coda del film, una vez terminada la fiesta, se planta en la soledad de Gabriel y Gretta, mientras cae la nieve, contra el fantasma furioso de Michael Furey que se niega a morir: “Su alma caía lenta en la duermevela al oír caer la nieve leve sobre el universo y caer leve la nieve, como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos”.


Por Leonel Livchits.

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