Existir en el poema

Saltar por la ventana como una forma de huida hacia la no pertenencia.

Lanzarse al vacío de las frases hechas a modo de facsímil forma de éxito.

Pero el movimiento que nos decapitará será -siempre lo será- la imposibilidad del poema propio.

 

Ser vistos por aquello que alguna vez nos afirme: “sí, existes”, es la meta del poema intrínseco.

 


Suelo pensar en el silencio de las palabras.

Porque eso son, al menos primero.

Silencio. Porque esperan.

Son una ausencia de sonido a la espera de un Aquiles que batalle su Troya.

 

Aquiles serías tú y Troya tu lenguaje.

Y la palabra lo único que te fue dado para ser una criatura hecha a imagen y semejanza de algún dios.

 


Las pupilas de tu vocabulario se dilatan y contraen de manera más o menos constante.

De esa manera le dan a tu corazón la señal de que algo tiene que ver con la vida.

Que ese poema que tienes delante puede que sea una nueva forma de vincularte con el mundo. Una nueva forma de amar el río, de nombrar las cosas, de ser orgánico.

 

Lo ajeno que te devuelva el poema será ajeno solamente hasta que termine.

Una vez leído, el poema se integrará poco a poco en y a tu sistema.

Recorrerá junto con tu oxígeno todas las células y entonces comenzarás a sentirte más parte de ti que antes. Pertenecerás a tu singularidad a raíz de una otredad.


La otredad que te dio el poema. 

Porque …


cuando no existe

un solo lugar

donde no sentirse extranjera, cuando el corazón te ha sido herido profundamente, sólo se te devolverá la dignidad en la literatura*.

 


Por Manuela Rímoli, creadora de La Liebre Dorada libros.


*(en el mundo de la literatura) “aprendí que la otredad del mundo es un antídoto contra la confusión. Que ponerse en la piel de esa otredad -la belleza y el misterio del mundo, al aire libre del campo o en las profundidades de los libros- puede devolver la dignidad al corazón herido de la peor forma.” Mary Oliver en “Sobrevivir”.

 

 

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