Fidelidad circular
El agua corría surcando las venas de mi abuelo Antonio, eran
como ríos que trazaban un mapa fascinante. Se lavaba las manos con dedicación
justo al lado de ramillete de perejil que ahuyentaba moscas. Sus manos eran
para mí un país o quizás una isla, un pueblo dentro de un -su-
continente.
Era el padre de mi padre y años
más tarde descubrí que esos ríoscontinentes eran hereditarios.
Hoy, desde esta tierra lejana
llamada adultez, vuelvo a visitarlos con los ojos cerrados y despierto
sin saber muy bien dónde estoy.
“La creación es una cosa circular” decía la escritora
Silvina Ocampo, “existe una especie de fidelidad involuntaria”. Crear el micromundo
personal puede volverse una hechizante actividad cotidiana como si fuéramos
escritoras en pleno proceso creativo. Y, probablemente, por esa misma razón empezar
sea lo más complejo.
Porque empezar es ese instante en el que debemos decidir (sí,
funciona como un deber) si seremos objetivas o no. Lo curioso es que, una
vez empezada esa dicotomía, esa discusión imperceptible con nosotras mismas,
nos damos cuenta:
la objetividad no
existe.
Nos encontramos con que todo recuerdo está pigmentado de
subjetividad y que entonces la creación de un micromundo al que llamamos
infancia será siempre una especie de ensayo y que tendremos que
“dejar la puerta abierta al final” como decía Úrsula K Le Guin sobre su propia
composición ensayística.
Encontrar un haiku dulce, un micropoema de infancias,
será difícil. La prosa es más bien la nave espacial que nos permite viajar
hasta ese planeta.
Úrsula también decía que cuando usaba la prosa no como vehículo
sino “como exploración, como viaje de descubrimiento que resulta en algo que yo
desconocía antes de escribir sobre dicho tema” entonces sentía que estaba
haciendo un uso correcto de ella.
Entonces la prosa. La prosa como el puente hacia el
descubrimiento esencial.
Y esto porque crear nuestra crianza es más bien explorar
desde el que antes era futuro y hoy es presente. Y todo sin temor a la
fidelidad circular de nuestras memorias.
Seremos entonces las propias creadoras de nuestras Torres de
Babel, de un diccionario personal de sinónimos y, ciertamente, de un
autorretrato barroco o dadaísta en búsqueda constante de un minimalismo feroz
que le -nos- permita ser la espuma de la ola de Hokusai.
Lo cual nos convertiría en Venus o en la parte cristalina y
efímera del océano.
Por Manuela Rímoli Candi, creadora de La Liebre Dorada libros



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