TRANSFORMARSE EN FLOR SALVAJE
Las palabras se hundieron en mi taza de café. No pude evitarlo, las bebí.
Sí, sí, lo hice. No hacerlo hubiese sido un milagro o lo opuesto a un milagro.
A medida que atravesaban los pasillos y pasadizos de mi cuerpo podía sentir los cambios. Quizás así se sintió mi cerebro el primer día en que pude leer una oración sin titubear, sin pedirle ayuda a mi madre.
¿Pero cómo habría de ayudarme una extraña? Una persona que no hilvanaba las letras como yo y que se enamoraría de diferentes combinaciones.
Aparecía una planta mala en los
jardines. Sus hojas eran negras con estrías; su flor roja, errante, la recorría
en varios sitios. Era como si usase antifaz, cortaplumas. Todos temieron
tenerla en sus jardines; pero, ella sólo se mostró de tanto en tanto.
La unión majestuosa de la “U” y la “E”, la “N” fortaleciendo a la “R” en una historia de verdadera amistad y esos “dos puntitos” sobre la “U” como un disfraz capaz de hacerla visible mágica y caprichosamente. Todo esto era lo más similar al carnaval que yo había conocido entre papeles.
Y al atardecer, a la medianoche. La
lamparilla roja andando. Duró toda mi larga infancia, y miró a todos, y a mí
más que a ninguno.
Sin embargo, de esa ternura inicial, adánica, de poder ver todo por vez primera sólo quedó la voracidad. Un huracán de caprichos gramaticales para ser usados como papeles salvajes.
y a mí más que a ninguno.
Como si quisiera enseñarme un secreto
muy antiguo y una cosa abominable.
¿Qué sería lo más abominable de un
capricho salvaje?
Espinas en la rosa, sal en el café.
Quizás lográsemos hablar con las flores, quizás lográsemos endulzar la épica travesía de beber palabras y lanzarlas a una fuente como un impúdico angelito que se jacta de ser más diosecito que un dios.
Había tres poemas.
Únicamente tres en la fuente del jardín encontrado, la del angelito irreverente, donde perdí mis pendientes de Venus.
Uno era de Rosario Castellanos,
otro de Alfonsina y
el último una misteriosa poética en prosa de Marosa Di Giorgio.
Y junto a la fuente, mi amiga con
su cámara fotográfica hecha de nardos y pájaros.
Al llegar me dijo, “Creo que hoy
lograremos hablar con las flores”.
Por Manuela Rímoli, creadora de La Liebre Dorada libros.
Dedicado a Karina Di Pasquale, amiga, lectora y fotógrafa.
“Aparecía una planta
mala en los jardines. Sus hojas eran negras con estrías; su flor roja, errante,
la recorría en varios sitios. Era como si usase antifaz, cortaplumas. Todos
temieron tenerla en sus jardines; pero, ella sólo se mostró de tanto en tanto. Y al atardecer, a la medianoche. La lamparilla roja andando.
Duró toda mi larga infancia, y miró a todos, y a mí más que a ninguno. Como
si quisiera enseñarme un secreto muy antiguo y una cosa abominable.”
Marosa Di Giorgio en
La Liebre de Marzo (1981)





Gracias amiga liebre, por haberme invitado a tu fuente. Estuvo muy rico el café, me llevo pétalos en el bolsillo.
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