PASAPORTE SIN FRONTERAS

Había una vez

en una tierra muy cercana

y de esto hace muy poco tiempo

un pasaporte sin fronteras. 

Decían que quien lo encontraba se transformaba en la persona más afortunada del mundo.

Y que eso era para siempre.

Pero ese pasaporte no era fácil de hallar. Sólo se podía encontrar en la sinergia que se creaba entre dos mundos que, una vez interconectados, creaban cientos.

 Cientos me parecía un montón y dos también.

Siempre fui anhelante, pero sabía que si desperdiciaba con cualquier persona la pregunta que respondiera a dónde hallar ese pasaporte estaría perdida.

Nunca sería afortunada. Nunca sería para siempre. 

Así que esta vez, esa vez, decidí esperar a que la vida de alguna u otra manera me diera la señal de con quién usar mi única flecha.

Esperé, no sé cuántas horas. Quizás un día entero. El último día de la semana escolar.

Al otro día, por la mañana después de hacer los golpecitos contraseña en la casa de mis abuelos, entré y lo supe. La respuesta la tendría mi abuela. Si ella era capaz de hacer tantas papas fritas con solamente dos manos, entonces, no podía no saber la respuesta.

 

Abuela

¿Qué tesorín?

Te quiero hacer una pregunta



La esperé con la mirada fija en el repasador blanco húmedo donde también esperaban las papas. Cuando volví a sentir sus pasos, me di vuelta.

Mi abuela pasó la mano sobre la mesa de madera, como creando un mantel invisible, colocó allí la herramienta con la que lograba hacer dormir a sus nietos y nietas y suave, hechizantemente comenzó a deslizar sus dedos y sus ojos por el papel.

Rápidamente, las hojas se movieron como si soplara un fuerte viento hasta que mi abuela las detuvo. Entonces se aclaró la garganta y leyó:

Había una vez hace mucho tiempo…


Por Manuela Rímoli Candi, creadora de La Liebre Dorada libros

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